¿Dónde comienza nuestra historia personal?
Hablamos de historia personal cuando hacemos referencia a un tiempo que comienza mucho antes de nuestra llegada al mundo, empezando en aquellos deseos de concepción por parte de la madre, en embarazos buscados o no buscados, en la lactancia materna, en las inseguridades y sentimientos de culpa de algunas madres, en la dificultad de establecer una sintonía armónica con el recién nacido, en los hábitos y modas de crianza…
En el desempeño de mi trabajo psicoanalítico, a menudo me encuentro con problemas psíquicos en niños y adolescentes por motivo de trastornos afectivos que tienen su causa en esos primeros cuidados de vida. Problemas y dificultades que con cierta asiduidad se transfieren a la etapa adulta, encontrándonos con dificultades a la hora de hacer los duelos, de emprender una vida independiente fuera del hogar familiar, en el restablecimiento de los vínculos y/o en la generación de nuevas formas relacionales de apego.
A este respecto, haré referencia predominantemente al papel de la madre, ya que en
general es el primer contacto que se establece y es el esperado y el deseado en los
primeros cuidados del bebé. La importancia del rol paterno, consistirá en ir
estableciendo una buena armonía entre la relación entre madre e hijo/a en continua y
significativa colaboración y apoyo hacia la madre y en los cuidados hacia el bebé.
En este sentido, es un elemento clave haber podido establecer un buen vínculo entre
madre e hijo/a, ya que es ahí donde se establece la garantía para que llegada la etapa
evolutiva caracterizada por el comienzo de la exploración del mundo externo del
infante, es decir, la progresiva separación respecto de los progenitores, sea del todo
satisfactoria. De lo contrario, puede aparecer lo que se denomina “angustia de
separación”.
¿Qué entendemos por angustia de separación y cuáles son las claves que nos permitirán afrontarla de una manera satisfactoria?
Entendemos angustia de separación como el malestar que puede experimentar el bebé a la hora de separarse de su figura de apego.
En relación a este aspecto, cobra gran importancia la realización de buenas
integraciones durante las diferentes etapas evolutivas del bebé. Entendiendo estas
integraciones como las transiciones cuidadosas y paulatinas que deben darse de una
etapa a otra (etapas donde se incorporan cambios como el destete, el cambio de la
habitación de los padres a la propia, las integraciones en las guarderías…). Especial relevancia adquiere el hecho de que todos estos cambios no coincidan en un momento concreto de vida, y que vayan teniendo lugar poco a poco y respetando la etapa evolutiva del bebé.
Sin embargo, el hecho de vivir en una sociedad protagonizada por la prisa en casi todos los aspectos de la misma, dificulta igualmente las buenas prácticas en lo que respecta a las transiciones evolutivas del bebé. La urgencia a la hora de reincorporarse al trabajo tras la baja por maternidad, es un ejemplo claro de ello y un periodo que suele resultar complicado y estresante. Ciertamente, la prisa que nos impone el día a día complica todos estos aspectos y determina y dificulta en gran medida nuestras decisiones al respecto.
Por ello, ante la situación general de urgencia que vivimos hoy en día, me parece
necesario y conveniente recalcar aquellas opciones que resultan ser más funcionales y adaptativas en la vida emocional del infante:
Así, aquellas integraciones que se realizan alrededor de los 2-3 meses suelen
considerarse muy precoces, ya que en esta etapa el niño/a suele necesitar de cuidados y afectos parentales para ir estableciendo un buen vínculo que más adelante pueda dar mejores resultados en cuanto a la separación. En esta edad se considera aún la organización mental del bebé como algo frágil que necesita de cuidados para poder ir alcanzando un estado sólido y estructurado.
Tampoco es recomendable realizar integraciones bruscas de 4 a 12 meses, ya que en
esta etapa el bebé vivencia mayor angustia ante los extraños siendo una etapa crítica
donde el niño/a se va a ir organizando con mayores necesidades y exigencias en la
continuidad de los cuidadores, en especial de la madre.
Será a partir de los dos años, siendo preferible que sea a los tres, cuando se podrán ir
realizando las incorporaciones a las guarderías. A los tres años, es cuando el infante
adquirirá la representación interna y estable de su madre y podrá tolerar su ausencia. En esta etapa también adquirirá la capacidad de socialización y empezará a relacionarse con los demás. Hasta este momento será importante que los niños/as se mantengan al ser posible con sus cuidadores habituales intentando evitar en lo posible que haya numerosos cambios en relación a las personas que se encarguen del cuidado del niño/a.
Por último, no podemos olvidar que en cuanto al desarrollo emocional infanto-juvenil,
un aspecto de grandísima importancia es dedicar cada día, un tiempo suficiente para
estar a solas con nuestro hijo/a. No hay cosa que reconforme más la relación entre
padres e hijos que esos momentos significativos y de calidad.