¿Qué entendemos por duelo en la infancia? ¿Qué dudas nos surgen respecto al mismo?
Es este, sin duda un tema algo controvertido y que a su vez preocupa a muchos padres y madres en la actualidad. El duelo siempre lo entendemos ligado a la pérdida, y en este caso lo entenderíamos como pérdida de salud. Es decir, desde la enfermedad, y en los peores casos, en donde el desenlace sea el fallecimiento, hablaremos de la muerte.
Cuestiones acerca de cómo viven los niños/as la pérdida, cuál sería la manera más adecuada de gestionarla con ellos, la conveniencia o no de que acudan a los funerales u otros ritos de despedida, cómo afrontar acertadamente el tema de la muerte a la hora de hablar con ellos, …
En todas estas cuestiones, aparecen dos elementos clave, el duelo y la llamada “conspiración del silencio”.
¿Cómo le comunicamos a los niños que un familiar está enfermo o incluso puede fallecer?
Se trata, sin duda, de una situación complicada, en la que existe a menudo el miedo de transmitir sentimientos de tristeza y/o derrota. Es lógico que nos surjan inseguridades y dudas a la hora de plantearnos cómo hacerlo, de si seremos capaces de afrontarlo de la manera más adecuada, de no saber por dónde empezar, … es normal que surjan todas estas dudas.
Y en muchas ocasiones es aquí donde “la conspiración del silencio” hace acto de presencia, como consecuencia directa de esas incertidumbres y dudas que nos asaltan en estas complicadas situaciones
¿A qué nos referimos cuando hablamos de la conspiración del silencio?
Se trata de no hablar sobre un tema determinado, por miedo, por no saber cómo gestionarlo, por no preocupar al otro, y/o simplemente porque nos frustra y nos genera mucha ansiedad el hacerlo. Con todo esto, lo que conseguimos es que este tema en concreto se vuelva tabú, y que cada cual empiece a sufrirlo en silencio sin poder compartirlo y por tanto sin darse la oportunidad de canalizar esa emoción de dolor.
Otra cuestión importante en estas situaciones es no mentir a los niños. ¿Qué ocurre si mentimos? Vamos a poner un ejemplo, imaginemos que como padres uno de nosotros se encuentra enfermo. Nos acaban de diagnosticar una enfermedad grave, como puede ser el cáncer, y no sabemos cómo decirle a nuestro hijo/a que aita o ama está enfermo. Entonces, se nos ocurre decirle, que se trata de una enfermedad, parecida a un catarro, y que aita o ama pronto se pondrán buenos.
Pero… y ¿qué pasa si aita o ama no se mejoran nunca? ¿Y si finalmente fallece la persona enferma? ¿Cómo podrá gestionar un niño/a toda esa emoción de sufrimiento ante algo inesperado y se encuentre a su vez ante la certeza de que le hemos mentido? ¿Cómo hubiéramos reaccionado si fuésemos ese niño o niña? ¿Hubiéramos preferido que nuestros padres os hubieran dicho la verdad o no?
Sin duda es cierto que, ante la angustia de encontrarse con una muerte inesperada, esa misma situación ya es suficiente para que el duelo de ese niño/a se pueda complicar debido a su impacto emocional.
Además de eso, ¿qué pasa si tienen que gestionar el hecho de que quizás, como padres les hayamos mentido? ¿Cómo gestionar de manera adecuada toda esa rabia y ese dolor? Toda esa emocionalidad suele generar gran sufrimiento y en la mayoría de veces suele ser motivo de consulta en un futuro cuando otras situaciones de pérdida vuelvan a acontecer. Es decir, cuando ese niño o niña, ya en la edad adulta, vuelva a vivir una situación de enfermedad, seguramente podrán emerger en ella de nuevo con intensidad esas emociones del pasado, pudiendo ser causa de complicaciones en la salud que dificulten el día a día del sujeto.
Por otra parte, no solamente el hecho de mentir sino el no comunicarles absolutamente nada sobre la situación de enfermedad, también puede repercutir en los más pequeños de manera directa. Los niños no disponen de un repertorio de lenguaje tan amplio como el de los adultos, y en lo referido al vocabulario y a la comprensión de la realidad tienden mucho a fantasear y mediante la imaginación suplen las dudas que ellos mismos se van creando de lo que extraen de la realidad que les rodea.
En todo caso, será la correcta y paulatina comunicación de la información a nuestros hijos e hijas la que permitirá que la gestión de los duelos sea lo más exitosa posible, favoreciendo de este modo el bienestar emocional en la futura etapa adulta.